martes, 10 de febrero de 2009

La pintura: Una experiencia enófila (Artículo para la revista Vinísfera)

Un pincel en el lienzo no tiene tiempo. Al contacto del pigmento con el sustrato, la electrizante sensación de trasladar las inquietudes, de traducir impulsos y sensaciones en formas gráficas es más que gratificante; la experiencia única de la creatividad aplicada te hace sentir único, creando un momento irrepetible a partir de una chispa generada en la inspiración que provoca el arte.

Cuando un escultor acaricia el mármol en donde visualiza su próxima obra, analizando el material en busca de la perfección artística, se da el inicio formal de una idea que, palpitante, recorrerá las montañas con la meta de conquistar el cielo de la trascendencia; y de la misma forma en que una pintura, una partitura cantando o un audiovisual, entre muchas otras expresiones humanas intrigantes o reconfortantes al ojo expectante, busca la seducción de exigentes corazones que con la pupila dilatada, mastican lenta y devotamente el espíritu del arte, plasmado ya como un grito o sugerente susurro en el ambiente bohemio que otorga esta industria.

Propicio para el deleite y como compañero – viejo conocido –, el vino en maridaje con el arte, le resta al caminante una mano que pasea con corte ahora elegante; otorgando en cambio sensaciones que agregan al de por sí agradable entorno, envuelto en misticismo, un elocuente diálogo, sutil e interesante, que al recorrer la galería amplifica el encanto y vincula el movimiento de las musas en el camino trazado por el artista, completando el cuadro concebido cual círculo de calidad, en donde la cepa creada por el autor, cultivada y cosechada por sus conocimientos técnicos florecientes, habita en una degustación que aireada previamente y con la temperatura en su justo punto, explota en un cúmulo de sensaciones que en conjunción encuentran la perfección, meta inicial del autor de la creación.

Resulta curioso afirmar que con una buena copa de vino, se cierra el círculo creativo iniciado por el pintor, pues pudiera parecer una afirmación soñadora o aventurada; quizá incluso como ardid pro-vitivinícola, pero es irrefutable la aseveración de que la degustación de un buen vino, refina la experiencia, ya sea musical o de cualquier otra forma de apreciación artística, colaborando en la detonación de un caudal de emociones provocadas por la sociedad conformada por los ingredientes anteriormente citados, que si bien por sí mismos son auto dependientes, conceden un matiz especial enlazados en un discreto pero no por eso menos chispeante encuentro.

El vino no es sólo inspiración y compañía en el disfrute del arte, sino protagonista y coestelar. Se dice que Salvador Dalí roció su pintura “La persistencia de la memoria” con vino tinto una vez terminada. Tomando en cuenta el designio del néctar artesanalmente procesado, a primera impresión pudiera parecer un desperdicio pintar con esta bebida, pero tomando en cuenta el entorno actual, donde se considera una fotografía con centenares de cuerpos desnudos una forma de arte, como sociedad será mejor reservarnos los comentarios.

La comunidad artística participa en la contemporaneidad de la técnica de pintura con vino tinto, por lo que resulta oportuno estacionar nombres como Hella Noel, Rufina Santana, Marion Codner, Marcelo Daldoce y Luis Casanova Sorolla como algunos exponentes de esta técnica de representación enófila. Otra expositora, Victoria Febrer, realiza impresiones de sus pinturas con una técnica que ella llama “Vinografías”, consistente en impresiones mecánicas, utilizando como tinta la sabia savia extraída de las uvas.

Bastaría con imaginar la experiencia: Acompañado de una copa de vino transparente, de boca redondeada y con aproximadamente un tercio de contenido de un mágico, dinámico y traslúcido tono carmín, nos topamos con un lienzo virgen, que anhelante suspira por contacto con los finos acabados del pincel repleto de color, que cual director de orquesta, es magistralmente conducido con la firme intención de redactar un poema visual con degradados, formas y texturas que habite para siempre en el papel. Un conjunto de acciones concatenadas en una sincronía inusual: Sabor y apreciación; danza del pincel, cariñosamente compartida en un violáceo beso con toques de frambuesa, en un bastidor bañado de luz. Y como fruto de esta unión, una figura naciente habla con elocuencia, con la calma de esperar a su familia, que reunida viajará tras la conquista de los ojos más diversos. Observar y saborear: Un sorbo de vino minúsculo, casi imperceptible. Un beso sella la alianza con el vino: elemental materia de creación e inspiración. Una cepa diferente, original.

De nuevo bebe el pincel, se refresca la memoria, hablando una lengua que no conoce más que el personaje de quien es una extensión. Por un lado el vino como compañía del pintor, por el otro sus hermanos, habitantes de pequeños recipientes preparados previamente, cual orquesta que si no viviente, insta a los sentidos a vivir.

En fin. Sabemos de las cualidades del vino, de los beneficios que otorga su disfrute, tanto sensoriales como saludables; pero sin duda concordamos en la siguiente afirmación: Aún hay más por descubrir.





(prohibida su reproducción total o parcial: Artículo aún virgen)

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CHINGUASPUL

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