miércoles, 14 de noviembre de 2007

Carta para García.(Elbert Hubbard 1856-1915)

Calixto García (Iñíguez?) era uno de los generales cubanos que luchaba por la independencia de Cuba desde 1895 y antes. En 1898 Estados Unidos interviene en el conflicto y declara la guerra a España. El Presidente McKinley escribe una carta al general García pero le informaron que éste era poco menos que imposible de encontrar para poderle entregar la carta porque andaba emboscado por los montes pero que el teniente del ejército Andrew S. Rowan era el hombre más indicado para intentarlo. Rowan aceptó el importante encargo diciendo que lo dieran por hecho.

Una Carta Para García

En todo este asunto de Cuba hay un hombre que destaca en mi memoria.

Al estallar la guerra entre Estados Unidos y España, era muy necesario comunicar con rapidez con el jefe de los insurgentes, el general García, que estaba emboscado en la selva, nadie sabía donde. No era posible comunicar con él por correo o telégrafo pero el presidente necesitaba comunicar con él con rapidez.

¿Qué hacer?

Alguien dijo al presidente: “Hay un tal Rowan quien encontrará a García si es que esto es posible”.

Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García. No voy a contar en detalle como “el tal Rowan” tomó la carta, la guardó en una bolsa impermeable junto a su pecho, en cuatro días, en una pequeña barca llegó a Cuba, desapareció en la jungla y, en tres semanas, llegó al otro extremo de la isla tras atravesar el país hostil a pie, y entregó la carta a García. Lo que trato de recalcar es esto: el presidente McKinley le dio a Rowan una carta para que se la entregara al general García y Rowan tomó la carta sin ni siquiera preguntar “¿y dónde le encuentro?”

Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada en todos los colegios del país. Porque no es erudición lo que necesita principalmente la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcación del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías; hacer bien lo que se tiene que hacer. “Llevar una carta a García”

El general García ha muerto; pero hay otros Garcías. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la colaboración de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la estupidez de la mayoría de los hombres, por su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una empresa y ejecutarla.

Ayuda torpe, craso descuido, indiferencia y apatía por el trabajo parecen la norma y nadie que necesite de la colaboración de otros triunfa si no es con sobornos o amenazas o que Dios en su bondad haga un milagro y le envíe un ángel que le ayude.

Lector, tú mismo puedes hacer la prueba. Te supongo sentado en tu despacho y a tu alrededor seis empleados. Llama a uno de ellos y hazle este encargo: “Busque, por favor, en la enciclopedia y hágame un breve memorándum sobre la vida de Correggio”.

¿Esperas que tu empleado te conteste: “Sí, señor”, y ponga manos a la obra? ¡Desde luego que no! Te mirará sorprendido y te dirigirá una o más de las siguientes preguntas: ¿Quién fue? ¿Qué enciclopedia?

¿Donde está la enciclopedia? ¿Esto me corresponde hacerlo a mí? ¿No querrá usted decir Bismark? ¿No será mejor que lo haga Carlos?

¿Murió ya? ¿Corre prisa? ¿Le traigo el libro para que usted mismo lo mire?

¿Para qué lo quiere saber?

Apuesto diez contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas y explicado cómo hallar la información que deseas y por qué la quieres, tu empleado se marchará y pedirá la ayuda de sus compañeros para “encontrar a García”. Y todavía regresará después para decirte que no existe tal hombre. Por supuesto que puedo perder la apuesta pero la probabilidad es que la gane. De modo que si no quieres perder el tiempo no te molestarás en explicarle a tu “asistente” que Correggio se escribe con C y no con K, sino que sonreirás y dirás “no importa” y lo harás tú mismo.

Esta incapacidad y falta de voluntad para arrimar el hombro y empujar es lo que hace imposible el triunfo del socialismo. Si los hombres no son capaces de esforzarse por su propio interés, qué harán cuando el beneficio es para los demás?

Un supervisor de mano dura parece indispensable y el temor al despido es lo que mantiene a muchos trabajadores en su lugar. Solicita un taquígrafo y nueve de cada diez no saben ortografía ni puntuación - ni lo consideran necesario.

¿Podrá tal persona redactar una carta a García?

¿Ve usted ese contable?, me dijo el administrador de una gran fábrica?. “Sí, ¿por qué?”

Bueno, es un buen contable, pero si le envío al centro de la ciudad con un encargo, quizá haga el encargo satisfactoriamente o quizá entre en cuatro bares por el camino y al llegar a su destino habrá olvidado por qué había ido.

¿Se puede confiar en que tal hombre le lleve una carta a García?

Recientemente oímos muchas expresiones de simpatía y compasión hacia los “abusados y explotados esclavos del salario” y los “pobres en busca desesperada de empleo”, a menudo acompañadas de duras palabras dirigidas a los que tienen el poder. Nada se dice del patrón que se hace viejo antes de tiempo por su vano esfuerzo tratando de conseguir que empleados vagos y desinteresados hagan trabajo inteligente. Nada se dice de su paciente esfuerzo con empleados que dejan de trabajar en cuanto les da la espalda.

En todo negocio y fábrica hay un constante proceso de selección en marcha. El jefe continuamente tiene que despedir empleados que han demostrado su incapacidad para defender los intereses del negocio y otros nuevos empleados toman su lugar. En los tiempos buenos este proceso es continuo y cuando los tiempos son duros y el trabajo escaso el proceso es todavía más selectivo - pero a la calle van los vagos e incompetentes. Por la cuenta que le trae, el empresario retiene a los mejores, los capaces de llevarle una carta a García.

Conozco un individuo que se halla dotado de cualidades y aptitudes verdaderamente sorprendentes; pero carece de la habilidad necesaria para manejar sus propios negocios y que es absolutamente inservible para los demás. Sufre la monomanía de que sus jefes lo tiranizan y tratan de oprimirlo. No sabe dar órdenes ni quiere recibirlas. Si se le entregara una carta para García su respuesta sería “¡Llévela usted!”

Actualmente este individuo recorre las calles en busca de trabajo, sin más protección que un deshilachado abrigo. Nadie que le conozca se atreve a darle empleo porque es un descontento y un alborotador. Es impermeable a todo tipo de razones y lo único que entiende es un puntapié.

Por supuesto que una persona tan deforme desde el punto de vista moral merece la misma compasión que un lisiado físico; pero en nuestra compasión no dejemos de derramar una lágrima por aquellos que luchan por hacer grandes tareas, cuyas horas de trabajo no terminan con el toque del silbato y cuyo pelo encanece rápidamente con su esfuerzo por contener la indiferencia, imbecilidad e ingratitud de aquellos que, si no fuera por el esfuerzo e iniciativa de estos hombres, estarían sin vivienda y sin comida.

¿Son demasiados severos los términos en que acabo de expresarme? Tal vez sí. Pero cuando todo mundo ha prodigado su compasión por el proletario inepto, yo quiero decir una palabra de simpatía por el hombre que ha triunfado; el hombre que, luchando con grandes obstáculos, ha sabido dirigir los esfuerzos de otros, y , después de haber triunfado, se encuentra con que lo que ha hecho no vale nada; sólo la satisfacción del trabajo bien hecho.

Yo he trabajado de jornalero y también he tenido a otros trabajando para mí y sé que ambas partes tienen sus razones. La pobreza, de por sí, no reviste excelencia alguna ni el vestir harapos es una recomendación y todos los patrones no son tiranos en mayor medida que todos los pobres son virtuosos.

Admiro de todo corazón al hombre que cumple con su deber, tanto cuando está ausente el jefe, como cuando está presente. Y el hombre que, cuando le entregan una carta para García, calladamente la toma sin hacer preguntas estúpidas ni idea de tirarla a la basura ni hacer otra cosa que entregarla a su destinatario, este hombre nunca será despedido ni tiene que hacer huelga para obtener mejor salario.

La historia de la civilización es una larga y ardua búsqueda de este tipo de personas. Lo que este hombre pida, se le dará. Se le necesita y busca en todo pueblo y ciudad, en toda oficina, tienda, fábrica y negocio.

Se le necesita de forma apremiante: el hombre capaz de llevar una carta a García.

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CHINGUASPUL

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